Maneras de comprender los problemas de los adolescentes

No decimos nada nuevo si decimos que la adolescencia es un periodo difícil para la familia, no solo para el adolescente. Hay que entender la adolescencia dentro de los cambios que se experimentan: la ruptura con la vida anterior de la infancia. Esto es un cambio natural.
La naturaleza nos hace romper de forma definitiva con la infancia o los doce primeros años de vida en donde el niño depende de sus padres para vivir o para sobrevivir.

La ruptura que supone la adolescencia tiene que ver precisamente con esto: no podemos
pasar toda la vida convencidos de que son nuestros padres los que saben qué es lo bueno y lo malo, lo conveniente y lo inconveniente para nosotros.
La naturaleza los empuja a que esto cambie y se inicia un proceso de búsqueda de un criterio propio, de un punto de vista independiente de la manera de ver el mundo de sus padres.
Los padres, como todos los seres humanos, tienen problemas que no han sabido resolver y que arrastran muy probablemente desde la infancia. Los padres tienen que afrontar la crisis vital de saber que les queda menos tiempo de vida por delante que vida vivida, de afrontar la perdida de seres queridos.

Las crisis de la adolescencia suele coincidir con la crisis vital de la mitad del camino en sus padres, que están haciendo balance de la propia vida, enterrando sueños de adolescencia no realizado mientras sus hijos empiezan a crearlos. La energía que se necesita para abordar estas crisis no impide ser buenos padres, ya que ser buenos padres no tiene que ver con ser perfectos. Los padres tienen que asumir ser “suficientemente buenos” o “no demasiado malos”.
Y en medio de la tormenta de la crisis vital de la pareja, además, los padres deben de ser ese pilar que necesitan los hijos, ser padre no significa ser infalible. Cuando los padres se muestran inseguros de las decisiones que toman con respecto a la educación de sus hijos, lejos de ser un pilar para ellos están originando inseguridad en los hijos. Pero los padres tienen sus propios problemas y pueden jugar a no contar con ellos.
Esto quiere decir que los padres tienen un gran reto, que es no perder nunca de vista que esa posición que adquieren con el nacimiento de sus hijos, de ser el centro del universo, de tener siempre la razón, es una posición relativa en la educación de los hijos, y está limitada a un tiempo específico (de los 0 a los 18). Dar la razón a un hijo puede ser un acto de humildad a aprender en muchos padres.

En los primeros años de vida es recomendable que los padres sepan mostrarse como un pilar seguro y firme frente a sus hijos, de modo que la educación que le ofrezcan a ellos sea lo más efectiva. Y el segundo momento es el inicio de la adolescencia. Aquí los padres tienen que recordar que esta posición que adquirieron en la familia que se inició con el nacimiento del hijo, era algo temporal y limitado a la educación de sus hijos. Porque la adolescencia, marca el inicio de un proceso largo y difícil, de una búsqueda de conquista que apenas acaba de comenzar, el periodo de “soy infalible” ha caducado en los padres.
Es de esperar que la adolescencia esté caracterizada por todo tipo de torpezas e imprudencias, están abriéndose al mundo lejos de la vista de sus padres y se requiere del acierto y el error, de observar a otros y aprender a reflexionar.
Es característico del adolescente ignorar al miedo y a la precaución, pretender dominar el
mundo, reaccionar de forma negativa a cualquier imposición o ley, y por lo tanto, desafiar a las limitaciones reales que existen. Las deben comprobar desde su experiencia.
Es como si los primeros 12 años de su vida los hubiera pasado sentado observando el mundo, y de repente, quisiera levantarse de golpe y salir corriendo para explorar y dominar el mundo. El adolescente puede tener la idea ingenua de que basta con proponerse tal cosa sin ejercitar los músculos para lograrlo. A veces le funcionará, otras no. Experimentará una cierta torpeza general en el adolescente. Y todo esto, evidentemente, espanta a los padres: se preocupan de que los errores de adolescencia les dañe, dañe a su inversión emocional. Todo esto no solo puede preocupar a los padres, sino que puede hacer que vean conveniente aferrarse a ese trono, a esa posición infalible de un padre-dios. Lo cual, podemos ver, no es nada conveniente.
Lo que sucede en la adolescencia y que ocasiona tanto disturbio e inestabilidad en la familia, es la combinación de estas dos cosas: por un lado, todos los cambios que sufren los adolescentes y muchas veces, su posición opositora a las indicaciones de los padres, y por otro lado, una posible dificultad de los padres en renunciar a estos poderes otorgados por el trono.
No se trata que los padres le den una total independencia a los hijos cuando empiezan a
mostrarse rebeldes. Aquí conviene conjugar con el delicado equilibrio entre la autonomía y la responsabilidad. Se trata de tener presente en todo momento que este proceso tiene que ver con una conquista que están iniciando, con una voluntad que se está despertando en ellos y que dice algo así como: “no puedo pasar toda mi vida convencido de que mis padres son los que tienen la razón y saben en primer lugar lo que es mejor para mí”. Yo tengo que conquistar esta posición, y confiar en que puedo ser capaz de lidiar con el mundo.
Esto no significa que los hijos deban ignorar a sus padres para poder afirmar su propio punto de vista sobre el mundo. Significa simplemente que los padres no pueden proponerse como los que sepan lo que es mejor para ellos. Los padres seguirán sabiendo muchas cosas, sobre la vida y otras cosas, y es importante que los hijos no pierdan la oportunidad de seguir aprovechando todo este saber. Aprendemos por observación, pero ahora toca aprender desde la acción.
En muchos casos, la adolescencia tiende a complicarse y a salirse de control cuando los padres no son capaces de percibir esto: que la adolescencia supone un reto no para los adolescentes únicamente, sino para la familia entera, y principalmente también para los padres. Que lidian con sus propias crisis personales y de pareja. Aquí es donde los problemas de los adolescentes pueden volverse graves.
Por un lado, los hijos tienen que saber manejar todo este mundo que despierta en ellos, y no perder de vista que, si bien algo tiene que cambiar, pues sus padres no son los garantes de la verdad que solían creer, este cambio tiene que ser afirmativo en esencia. Es decir que haya que cuidar que los cambios no sean por el simple hecho de oponerse a los padres sino porque surge algo en ellos que necesita afirmarse y, si se opone a sus padres, es solo algo secundario, sin tanta importancia.
Por otro lado, los padres tienen el reto de saber manejar este nuevo acontecimiento: se inicia un proceso en el que gradualmente tendrán que descender de ese trono, y ceder poco a poco la razón, disolver la jerarquía en la que solían vivir y mediante la cual los padres eran los que tenían la razón sin cuestionarse, favorecer lo más posible que el que los hijos conquisten su propia individualidad, su criterio, y confíen en que tendrán las capacidades para hacerlo.
La adolescencia es una etapa de la familia, no solo de los adolescentes: ellos se abren al
mundo mientras sus padres hacen balance de sus propias vidas. Todo un reto colectivo.

Daniel Rosso y
Santiago Martínez

 

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