Una experiencia sobre comunicación en familia

Hace unos días vino al COF un matrimonio con su hijo de 12 años.

Había dificultades de relación entre todos los miembros de la familia.

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Desde la presentación, cada miembro de la familia descalifica a los otros ya que  cada uno consideraba que los problemas familiares eran motivados por el  comportamiento de los demás.

Poco a poco me hicieron ver que hacía tiempo que en esta familia se había olvidado “decir la verdad con respeto al otro y con respeto por quien es” .

Dado lo difícil del dialogo, la decisión que habían tomado era dejar las cosas como estaban por miedo a molestar a los demás; pero con el paso del tiempo la situación no mejoraba sino que había empeorado.

Habían olvidado la primera regla  de toda buena comunicación, “la necesidad de hablar en primera persona”. Formulaban sus necesidades y deseos en términos de obligación y exigencia. Consideraban sus necesidades como algo legitimo que los demás debían cumplir, ya que eran (o al menos así las veían) del todo “lógicas”.

Sin embargo esta posible legitimidad tiene sus límites y sus estrategias: encontrar la la forma de expresar las necesidades como demandas negociables.

Lograr formular demandas como algo negociable, te abre las puertas a ser acogido y acoger las reacciones del otro. Porque aunque nuestras necesidades puedan ser justas en sí mismas,  no todas pueden (deben) formularse en términos de exigencias.

El hijo tenía dificultades con los estudios. Negocié con él la  panificación de su nuevo curso.

Al final, padre e hijo llegaron a un acuerdo de cómo se iba a desarrollar el nuevo curso. Habían conseguido en media hora un acuerdo que hacía tiempo que estaban buscado. Ambos sintieron la alegría de estar más cerca el uno del otro

Descubrieron que al decirse respetuosa y claramente las cosas, se han expuesto a ser más vulnerables y  al mismo tiempo  han puesto a prueba su orgullo. Con estos riesgos, en este caso, no solo no han salido perjudicados, sino que se han acercado más.

Jesús en el evangelio nos dice que no juzguemos a los demás, que amemos a al prójimo. ¿Quién hay más prójimo (próximo) en nuestra vida que nuestros familiares?

Aceptarles y ayudarles a desarrollarse como personas es un proyecto que  está en la línea de lo que Jesús nos propone y es una manera de hacer que el Reino de Dios esté cada vez más cerca de nosotros.

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