No Juzquemos

(Artículo de D. Federico Romero Hernández, Doctor en Derecho,
aparecido en el \»diario sur\» el 20 de mayo)

\"\"Cada vez que el actual Papa se asoma al imponente balcón de San Pedro muchos esperan una declaración magisterial sin tarima catedralicia y, por ello, más cercana y menos dogmática. Respecto de la reciente Exhortación apostólica postsinodal \’la alegría del amor\’ del Papa Francisco, el rector de Comillas, el también jesuita padre Julio Martínez, ha dicho de ella una cosa muy clara: «no viene a plantear cambios de doctrina, pero sí importantes modificaciones en la forma de aplicarla». Ha habido momentos oscuros de la Iglesia católica en los que ha olvidado que su fundación por Jesucristo tiene por objetivo -como ha dicho Sesboüé – «hacer cada vez más presente, y efectivamente universal, el don de Dios» que se personifica en el propio Jesucristo. Es a él a quien seguimos y no a una doctrina, formulada a veces según criterios humanos. No en vano la \’Exhortación\’ que comentamos, coincide con un año en que se trata de enfatizar la faceta misericordiosa de Dios; que recuerda al Jesús que no condena y evita la lapidación de una adúltera o que encamina a una prostituta y no la juzga.

\"perdonar\"

El Papa Francisco no sustituye unas normas generales por otras distintas, sino que señala que su formulación no puede abarcar todas las situaciones particulares y apela a una pastoral basada en la comprensión y el \’discernimiento\’. Recuerda que un juicio negativo sobre una situación objetiva no implica un juicio sobre la imputabilidad o la culpabilidad de la persona involucrada. Contrasta esta perspectiva con aquel casuismo de aquellos malos pastores que convertían el confesionario en una \’sala de torturas\’ (frase que tomo de la Ex. Evangelii gaudium).

Todos hemos sido testigos de la diferencia entre divorcios causados por la volubilidad o el capricho de los contrayentes, de aquellos otros casos derivados de relaciones insostenibles por el comportamiento violento o el pertinaz adulterio de uno de los cónyuges. Este discernimiento razonable debe presidir la apreciación de los casos de nulidad, cuando, analizando el consentimiento conyugal, se descubre que, desde su inicio, había un vicio invalidante en el momento de adhesión. Muchas veces la inmadurez supina de los novios y su falta de comprensión de lo que significa la institución matrimonial, hacen dudar de la validez del matrimonio. Y como decía Tomas de Aquino, a quién el Papa cita, «cuanto más se desciende a lo particular, tanto más aumenta la indeterminación». \"juzgar2\"

En todo caso la invitación papal a la escucha serena, al discernimiento y a la compresión, confiere a los pastores una grave responsabilidad. En este clima debe aplaudirse la rapidez y gratuidad en los supuestos de anulación.

Sin embargo, de todo lo dicho hasta aquí, lo que más importa a muchos son las consecuencias civiles y, por ende, económicas de la ruptura, así como la posibilidad de \’rehacer la propia vida\’. Pero sin desconocer la legitimidad de este planteamiento y, con independencia de la perspectiva religiosa de la cuestión, la descomposición de las familias y el daño a los hijos habidos dentro del matrimonio roto son difícilmente reparables. Solo restituyendo la dignidad del matrimonio y dándole un sentido trascendente, solo formando en valores a los futuros contrayentes, solo mostrándoles en que consiste la verdad del amor, que incluye lo erótico, frente a lo que es mero sexo, puede ayudar a disminuir la actual explosión de separaciones.

\"juzgar\"

Es verdad que la Iglesia no ha sabido en algunas épocas mostrar el verdadero rostro de Cristo. Es verdad que ha aparecido muchas veces ante la sociedad demasiado centrada en el rigor moral del sexto mandamiento. Es verdad que se ha descuidado explicar al cristiano que es posible lograr una fe intelectualmente honrada y no llena de mitos o misterios disparatados. Pero también ha de pedírsele a ese cristiano que se preocupe de averiguar, frente a la cara oscura de la Iglesia, qué verdades razonables hay detrás de tantas personas que muestran su cara luminosa con su entrega a los demás hasta dar la propia vida.

Resulta curioso que cuando la Iglesia recupera el rostro primigenio de su fundador, cuando trata de limpiarse de sus lacras internas, cuando trata de establecer los lazos posibles entre la razón y la fe, cuando aparecen documentos como el aquí comentado y cuando el Papa Francisco, su autor, hace una apuesta continua por los más necesitados, haya personas que revivan los aspectos más anticuados del marxismo, profanando iglesias y acentuado el sarcasmo antirreligioso. La Exhortación la alegría del amor ha de inscribirse en un esfuerzo eclesial por exponernos que el Dios en el que creemos es, entre otras cosas, misericordioso y razonable. Entiendo que pueda no creerse en él, pero al menos respeten a los que pretenden superar las propias dudas de su fe en Él.

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